En este blog creado en 2015 reunimos material de estudio referido a alfabetización de sordos, textos para nuestras prácticas de lectura y escritura (cuentos, poesías, artículos periodísticos), trabajos de alumnos del profesorado, imágenes relacionadas, etc.

lunes, 27 de junio de 2016

John BERGER (2012) - CONVERSACIÓN


Conversación 

Relato inédito de John Berger

 

Las ocho de un atardecer de verano en el metro rumbo a un suburbio de París. No hay asientos vacíos pero los pasajeros que están de pie no van apiñados. Hay un grupo de cuatro hombres de unos veinticinco años. Están de pie, a la derecha del vagón, junto a las puertas corredizas –esas puertas no se abren cuando el tren viaja en esta dirección.

Uno de los del grupo es negro, dos son blancos y el cuarto puede ser magrebí. Estoy de pie, bastante lejos de ellos. Lo primero que llamó mi atención fue su complicidad evidente y la intensidad de su conversación, de sus relatos.

Los cuatro están vestidos de manera informal pero cuidada. Su aspecto, su apariencia, debe importarles más que a la mayoría de los hombres de su edad. Todo en ellos está alerta, nada es inexpresivo. El magrebí usa pantalones cortos, azules y holgados, y Nikes impecables. El negro tiene mechones del color del sándalo en su pelo negro espeso. Los cuatro son viriles y masculinos.

El tren se detiene y descienden algunos pasajeros. Puedo acercarme un poco más al cuarteto.

Todos intervienen con frecuencia en el discurso de los otros. No hay monólogos pero tampoco nada se parece a una interrupción. Sus dedos, muy inquietos, se acercan una y otra vez a sus caras.

De pronto me doy cuenta de que son completamente sordos. Si no lo advertí antes fue por su fluidez.

Otra estación. Encuentran cuatro asientos juntos. Me paro justo detrás de ellos. Siguen comportándose como si estuvieran solos. Pero la manera en que deciden ignorar al resto es una forma de tacto y gentileza, no de indiferencia.

Miro el vagón de un extremo a otro. Al parecer soy la única persona que se fijó en ellos. Uno casi nunca escucha lo que dicen los pasajeros en el metro. Si el lenguaje que usan es, además, silencioso, no hay nada llamativo, que se haga notar. De vez en cuando, uno de los cuatro gruñe al reírse.

Siguen contándose historias, comentan hechos. Ahora los miro con la misma curiosidad con que se miran entre ellos.

Comparten un vocabulario de signos gestuales para reemplazar un vocabulario de palabras pronunciadas. Ese vocabulario tiene una sintaxis y gramática propias, establecidas, sobre todo, en base al ritmo. Sus señas gestuales están hechas con las manos, las caras y los cuerpos, que relevaron la función de la lengua y el oído: un órgano que articula y otro que recibe. Los dos son importantes en cualquier diálogo, en cualquier parte, pero en el vagón –y seguramente en todo el tren– no hay diálogo que pueda compararse al de ellos.

Los rasgos físicos con que el cuarteto gesticula al conversar -ojo, labio superior, labio inferior, dientes, mentón, frente, pulgar, dedo, muñeca, hombro-, esos rasgos tienen para ellos el registro de un instrumento musical o una voz con sus notas específicas, cuerdas, vibraciones, grados de insistencia y vacilación. Mirarlos con los ojos es como escuchar una sesión de jazz con los oídos.

Sin embargo, en mis oídos sólo está el sonido del tren que desacelera al llegar a la próxima parada. Algunos pasajeros se ponen de pie. Podría sentarme pero prefiero quedarme donde estoy. Los del cuarteto notan mi presencia, por supuesto. Uno de ellos me sonríe pero no es una sonrisa de bienvenida, sino de aceptación.

Intercepto su miríada de frases –a la que no puedo dar un nombre–, sigo el ir y venir de sus respuestas sin saber a qué se refieren, me dejo llevar por su ritmo, movido por sus expectativas, y siento que me rodea una canción, una canción nacida de sus soledades, una canción en un idioma extranjero. Una canción sin sonido.

© John Berger, 2012. Traduccion: Esther Cross.

(publicado en Revista Ñ de Clarín en 2012)

sábado, 25 de junio de 2016

Ana Sagastume - La paradoja de la educación por Ranciere

Introducción. El objetivo del presente trabajo es establecer la vinculación entre la crítica de Jacques Rancière al orden explicador en la educación que llama atontadora y la interpretación que hace Jorge Larrosa del mito de la Caverna de Platón, que origina una pedagogía que transmite dogmáticamente el saber a partir de la utilización de la razón demostrativa. 
A su vez, pretendemos recuperar la esperanza de Larrosa en la educación, como una actividad en la que lo único que se aprende es el movimiento del preguntar en relación con el saber, inquietando y movilizando constantemente al sujeto respecto de los saberes recibidos; así como la propuesta emancipadora de Rancière que alienta un tipo de educación en la que el alumno aprenda usando su propia inteligencia, tomando como punto de partida la igualdad y la confianza en la capacidad de todos los seres humanos. 
Asimismo nos planteamos como un problema de la filosofía de la educación las alternativas posibles de aplicación del método emancipador que defiende Rancière, en el contexto de las instituciones pedagógicas actuales. En este sentido, no pretendemos arribar a prescripciones concretas, aunque sí determinar recorridos posibles para su práctica en las aulas. 

El mito pedagógico o la paradoja de la educación.Jacques Rancière plantea que, en la Ilustración, la institución pedagógica se definía como un espacio social que sintetizaba orden y progreso, pudiendo reducir la distancia entre los que sabían y los que no sabían: “El maestro (...) era simultáneamente el paradigma filosófico y el agente práctico de la entrada del pueblo en la sociedad y el orden gubernamental modernos”. (Rancière J. 2003, prefacio, III).
Habiendo pasado más de 200 años de la Revolución Francesa que alimentó los ideales modernos, observamos que estos postulados se mantienen hoy: la Escuela y Universidad argentinas se representan en sus discursos legitimadores como las instituciones que pueden favorecer la construcción de una sociedad igualitaria, tomando como punto de partida una comunidad con acceso desigual al conocimiento. 
El problema que advierte Rancière, retomando los planteos de Joseph Jacotot, es que este presupuesto en el que se engendran los ideales modernos de la educación resulta falaz en su origen: parte de entender que existe una desigualdad en las inteligencias de los hombres que debe ser abolida por la Escuela, pudiendo arribar en un futuro a esa igualdad anhelada. Por este motivo señala: “La igualdad nunca viene después, como un resultado a alcanzar. Ella debe estar siempre delante” (Ibid.). 
Ese postulado de desigualdad en el que vive la institución pedagógica funda, al mismo tiempo, lo que Rancière denomina el orden explicador. En efecto, si existe desigualdad entre el maestro especialista en determinado conocimiento y sus alumnos ignorantes, también existe una distancia entre el saber representado por el material escrito -del que el educador se ha apropiado- y el aprendiz. En este sentido, el maestro es el agente capaz de suprimir esa distancia a través de la explicación: